7 - #HECHOS QUE IMPULSARON A TORRELLANO

TORRELLANO  EN  IMÁGENES


HECHOS QUE IMPULSARON EL CRECIMIENTO DE TORRELLANO

LA NACIONAL 340 A SU PASO POR TORRELLANO. 

Caminos, Carros y Carreteras – La historia viva de Torrellano

Episodio 1: Cuando la carretera era la vida del pueblo

¿Te has parado alguna vez a pensar que las carreteras, más que de asfalto, están hechas de historias?

Pues déjame contarte una que marcó para siempre a Torrellano.
Antes de que existieran las autovías, antes de que el tráfico se convirtiera en ruido de fondo, había una arteria que llevaba y traía vida por estas tierras: la carretera nacional 340. La llamaban también la carretera del Alto de las Atalayas a Murcia. Un camino que, aunque hoy parezca secundario, fue el verdadero motor que impulsó el crecimiento de nuestro pueblo.

Un poco de contexto

A principios del siglo XIX, no existía el trazado moderno que hoy conocemos. Lo que había era el llamado Camino Viejo, que seguía en parte el recorrido de la antigua vía Augusta romana. Imagina esa escena: senderos polvorientos, algún que otro tramo empedrado, y gentes que iban y venían a pie, a lomos de mulos o en carros de madera. Era el único modo de conectar aldeas, huertas y ciudades.
Fue en 1855 cuando aparecen los primeros documentos oficiales hablando de esta nueva carretera. Años después, en 1891, ya se estaba sacando a subasta la compra de piedra y grava para repararla. Y en 1917, con gran orgullo, se adoquinó el tramo a su paso por Elche. Pero no sería hasta mediados del siglo XX cuando la carretera nacional 340 se consolidó como la gran vía que atravesaba la comarca.

Curiosamente, medio siglo después… quedó relegada. Las autovías y autopistas, como la A-7, le robaron el protagonismo, dejando su antiguo trazado casi como un vestigio del pasado.


Carro de Transporte
 

Pero en su momento… ¡era la columna vertebral de la vida en Torrellano!

Episodio 2: Carros, burros y la nobleza del “pollino”

Hoy saltar al coche y plantarse en Elche o Alicante en quince minutos nos parece lo más normal del mundo. Pero retrocedamos un par de siglos…
A principios del XIX, la mayoría de la gente iba a pie. Si acaso, alguien con suerte podía subirse a lomos de un burrito, ese humilde pero fiel compañero de camino. Porque no nos engañemos: los caballos y mulas eran patrimonio de las familias pudientes.

Y claro, “siempre han habido clases”. Quien no tenía ni para un pollino, caminaba. Quien sí, podía tener incluso una carreta. Pero había quien, aun disponiendo de caballería, no tenía un enganche decente.

El carro de trabajo era el transporte más habitual para los agricultores humildes. Era simple, resistente y servía para todo: cargar cosechas, llevar aperos, incluso transportar a la familia si hacía falta. Los más acomodados, en cambio, tenían además carruajes de paseo, mucho más elegantes.

¿Sabes cuáles eran? La tartana, la berlina, la calesa, la góndola, el faetón o el cabriolet. Todos ellos con capota, para proteger del sol o la lluvia, salvo la pobre tartana, que era la más sencilla.

Y si hablamos de transporte colectivo, ahí entraban las diligencias y las galeras, que podían llevar de dos a seis bestias. ¡Imagínate el espectáculo de ver llegar una diligencia levantando polvo, con pasajeros cansados y mercancías de todo tipo!


Carro de Trabajo

Episodio 3: El ferrocarril, el gran cambio

Pero como en toda historia, hubo un momento que lo cambió todo.
Fue 1884, cuando los Ferrocarriles Andaluces empezaron a dar servicio entre Alicante y Murcia.

De pronto, el tráfico de carros y carretas empezó a disminuir. La gente ya no dependía solo del camino carretero; ahora podía subirse a un tren, ahorrar horas de viaje y llegar mucho más lejos. Fue un golpe para el trasiego tradicional, pero también una nueva oportunidad para el desarrollo de la zona.
El tren trajo mercancías, trajo viajeros y trajo modernidad. Y, sin quererlo, marcó el inicio de una transición: de los caminos polvorientos a los raíles, y más tarde, al asfalto de las carreteras nacionales.

¿Por qué recordar esta historia?

Porque detrás de cada pueblo hay caminos que lo han visto crecer. La nacional 340 no era solo un trazado; era un lugar de encuentro, un punto de paso, la vía por la que llegaba el progreso… y también las noticias.

Y aunque hoy su trazado parezca casi olvidado, en cada curva hay ecos de los carros que un día pasaron por allí, del sonido de los cascos de los animales y de las voces de quienes hacían el viaje.


Calesa de Paseo

Episodio 4: De la Posada Nueva al Bar Continental, los ecos de la carretera

Cuando uno imagina las viejas carreteras, no puede evitar verlas como algo más que simples caminos. Eran auténticos corredores de vida. En sus márgenes se levantaban ventas, posadas y paradores improvisados, donde viajeros y lugareños compartían comida, descanso y noticias frescas.
En Torrellano, aún quedan ecos de esas ventas que dieron cobijo a caminantes y carreteros. Se sabe, por ejemplo, de la existencia de la misteriosa Posada Nueva, citada en documentos antiguos pero cuyo paradero exacto sigue sin hallarse. Quizá desapareció con el tiempo, tragada por la expansión urbana o convertida en otra cosa, pero su nombre permanece como un susurro del pasado.
Aunque mi teoría es que la Posada Nueva, es la de Rafael el de la Venta, pues apenas dos kilómetros antes, en "el derrocat" hubo una Posada antiguamente, (ahora está muebles Gloria).

De aquellas posadas apenas quedan más que recuerdos. Pero en la memoria colectiva sobrevive la imagen de La Venta de Rafael Sempere Mollá, más conocido como Rafael el de la Venta. Frente a su casa, justo pasando la antigua estación de servicio Durá, se detenían los carros para dar de beber a las caballerías y aplacar el hambre de los viajeros. Era un punto de encuentro donde siempre había alguien con una historia que contar.

Las carreteras arboladas y el encanto perdido

No todo era polvo y sol abrasador. A ambos lados de la carretera crecían árboles de sombra: pinos y moreras, plantados estratégicamente para que el camino fuese más amable. Aquellas arboledas convertían el trayecto en una especie de túnel verde, donde el canto de los pájaros acompañaba a los viajeros.
Pero el progreso –siempre implacable– se llevó por delante esa frescura. Hoy, apenas quedan unos pocos árboles dispersos como testigos de otra época. El asfalto, los coches veloces y las obras fueron arrancando de raíz ese encanto, sustituyéndolo por una carretera desnuda, práctica, pero sin alma.


Vista de la Casilla de Peones Camineros
Noviembre de 2011


El Bar Continental: parada obligada de viajeros

La carretera 340 no solo trajo posadas antiguas, sino también bares que se convirtieron en verdaderos puntos de referencia para todo aquel que pasara por Torrellano. Uno de los más recordados fue el Bar Restaurante Continental, fundado por Blas Antón Marco, conocido como “Blayo”, y su esposa Marita.
Blayo había sido un afamado corredor ciclista en su juventud, y quizá por esa pasión por el movimiento y el encuentro decidió abrir aquel local. Era parada casi obligatoria para camioneros, viajeros y vecinos. El gran salón rectangular siempre estaba lleno de vida, y su cocina era muy apreciada.
Muchos todavía recuerdan el sabor inconfundible de su especialidad: el hígado frito con ajos, un plato que, según cuentan, no se ha vuelto a probar igual en ningún otro lugar. En el bar había incluso una máquina de agua de seltz, toda una novedad para la época, que hacía chispear los refrescos y daba un toque de modernidad.

Con los años, el Bar Continental pasó a ser atendido por José Urban, pero el espíritu seguía siendo el mismo. Finalmente cerró sus puertas, y hoy, donde estuvo aquel lugar cargado de historias, hay un edificio moderno con un supermercado en los bajos.

Otros bares con historia: Stop, San Rafael y el efímero Orihuela

El recorrido por la memoria de la carretera también nos lleva al Bar Stop, abierto por los hermanos Paco y Pepe Esclapéz, conocido como “el Sopa”. Su nombre no necesitó de publicistas: era sencillo y perfecto para un bar de carretera. Tras la barra, siempre con una sonrisa, estaba Paloma, una camarera tan carismática que los clientes empezaron a llamarlo directamente “el bar de la Paloma”.

Luego estaba el Bar San Rafael, inaugurado por Ramonet y Manola Pastor Ramírez, quienes lo bautizaron en honor al padre adoptivo de el, Rafael Mollá. Pronto pasó a manos de sus cuñados, los hermanos Manolo, Francisco y José Vicente Pastor Ramírez. Fue punto de referencia durante décadas, un lugar donde cualquiera que pasara por la 340 hacía al menos una parada. Hoy sigue en el mismo sitio, en la esquina de la Avenida de Illice con la calle Adelfas, manteniendo viva su historia.

Y no podemos olvidar el Bar Orihuela, que no estaba exactamente en la carretera, pero sí muy cerca, en el Grupo San José, haciendo esquina frente a la plaza de Nieves Piñol. Era un bar peculiar, destinado al público masculino y con chicas de “moral distraída”, como se decía entonces. Aquello no sentó nada bien a los vecinos, y especialmente a las vecinas de Torrellano, que vieron con malos ojos su existencia. Por fortuna para unos y otros, cerró al poco tiempo, quedando como una anécdota casi olvidada.

Huellas que resisten en la memoria

Cada venta, cada posada y cada bar de carretera, eran más que un negocio: era un trozo de la vida cotidiana. Lugares donde los viajeros hacían un alto, donde los vecinos se reunían, donde se compartían noticias, risas y penas. Hoy muchos de esos puntos han desaparecido, transformados por el tiempo y el progreso, pero siguen vivos en la memoria de quienes los conocieron.
Torrellano, como tantos pueblos atravesados por antiguas rutas, guarda esas huellas invisibles que solo se perciben si miras con atención. Quizá ya no están los pinos ni las moreras, ni la Posada Nueva, ni el Bar Continental… pero si uno camina despacio, todavía puede sentir que algo de ellos permanece.


Casilla de Peones Camineros de Torrellano
Recreación fotográfica


LA ESTACIÓN DE FERROCARRIL  DE TORRELLANO

Episodio 5: Cuando el silbido del tren llegó a Torrellano

Si la carretera nacional 340 fue la arteria que conectó a Torrellano con el mundo, el ferrocarril fue la chispa que encendió una nueva forma de viajar, comerciar y soñar. No era solo un medio de transporte: era modernidad, era progreso, era la promesa de que los pueblos no quedarían aislados.
Todo comenzó con la ambición de la Compañía de Ferrocarriles Andaluces, fundada en 1877 por familias de gran peso económico como los Heredia, Larios y Loring. En pocos años se convirtió en la tercera operadora más importante de España, solo por detrás de las poderosas Norte y MZA. La mayor parte de sus líneas estaban en Andalucía, pero pronto miraron hacia el sureste peninsular, donde el puerto de Alicante era el más activo del Mediterráneo español.

Y así nació el proyecto de unir Alicante con Murcia, pasando por Elche, Albatera y Torrevieja. Incluso se soñó con un ramal que conectara Elche con Novelda, pero aquel plan nunca se construyó por lo complicado de su orografía.

Un tren que no podía esperar

La demanda era tan urgente que el primer servicio se inauguró antes de que la estación de Benalúa estuviera terminada. Se improvisaron unos barracones de madera para dar servicio, mientras las obras seguían.

El 14 de agosto de 1883 llegó por fin el tren a Elche, y para el 11 de mayo de 1884 se planeaba la gran inauguración oficial de todo el trayecto. Pero Alicante y Murcia no se ponían de acuerdo sobre dónde celebrar los fastos. ¿La solución? Un gesto salomónico: el acto central se haría a mitad de camino, en Orihuela.
Aquella mañana partió una comitiva muy especial. A bordo, entre otros, viajaba el mismísimo Antonio Cánovas del Castillo, presidente del Gobierno y, casualmente, accionista de la compañía. Una locomotora arrastraba dieciséis vagones: diez de primera clase, con asientos acolchados y todo lujo de detalles, y el resto de segunda y tercera, más sencillos pero cómodos y espaciosos para la época.

El tren hizo una breve parada en Albatera y luego continuó hasta Orihuela, donde la banda de música, los discursos y los banquetes dieron al viaje un aire de fiesta.

Pero la celebración se torció al regreso. Cuando el tren se dirigía hacia Torrevieja, en el tramo de Albatera a las Lagunas de La Mata, descarriló y acabó en medio de unos bancales. Por suerte no hubo heridos, pero la escena fue más propia de una novela cómica que de un acto solemne. Fue un labriego con su carro quien, sorprendido por el accidente, dio aviso para que vinieran a socorrerlos. Finalmente, la distinguida comitiva volvió en un tren pedrero hasta Elche, y cuentan que Cánovas regresó poco satisfecho con la aventura ferroviaria.

La estación de Torrellano y su pulso cotidiano

En aquel nuevo mapa del progreso, Torrellano obtuvo su propia estación, con un pequeño muelle de carga para mercancías, pero en un principio ésta estación se llamó Estación de Santa Pola, no sé si por contentar a la villa marinera, ya que este era el punto más cercano por donde podía pasar o porque Torrellano en aquel momento solo eran apenas unas cuantas casas dispersas por esta zona del campo Ilicitano. En el trayecto también existía el apeadero de El Altet, a la altura de lo que hoy conocemos como la zona del Butano.
Durante años, la estación fue un punto de movimiento constante: pasajeros que iban y venían, sacos de mercancías cargados en los vagones, historias que empezaban o terminaban en ese andén.

Pero el tiempo y la escasa utilización fueron pasándole factura. El edificio quedó cada vez más deteriorado, hasta que en 1982 la Asociación Amigos del Ferrocarril tomó las riendas y restauró las instalaciones, devolviéndole un pedazo de dignidad a un lugar que ya era historia.

 
Estación de Torrellano 1884/2011

Las primeras locomotoras y el inicio del declive

La primera máquina que circuló por estas vías fue una 030T Stephenson de 1882, un símbolo del hierro y el vapor que hacía vibrar a todo el que la veía pasar. Durante décadas, el trayecto funcionó con gran éxito, pero a partir de 1920 empezó a estabilizarse y, poco a poco, entró en declive.
¿Por qué? Porque otro medio de transporte comenzaba a imponerse con fuerza: el automóvil. Al principio era solo un lujo para unos pocos, pero pronto empezó a comerse el terreno del tren, ofreciendo flexibilidad y libertad de horarios.
En 1936, con la Guerra Civil y los cambios políticos, la compañía fue nacionalizada, y poco después, el 1 de febrero de 1941, se creó la Red Nacional de Ferrocarriles Españoles (RENFE), que gestionaría durante décadas el futuro de las líneas férreas del país.

El tren que cambió la forma de viajar

Para los vecinos de Torrellano, la llegada del ferrocarril supuso mucho más que un cambio en la forma de transporte. Significó poder ir a Alicante, Elche o Murcia con facilidad, recibir mercancías en menos tiempo, ver cómo la localidad se conectaba al resto del mundo. Fue también un símbolo de estatus: el tren era modernidad, era futuro.

Aunque hoy la estación de Torrellano ya no vibra con la misma intensidad, su historia sigue viva. Cada traviesa, cada pared de aquel edificio restaurado por los Amigos del Ferrocarril, guarda los ecos de los días en que el silbido de la locomotora anunciaba que algo estaba cambiando para siempre.
Anécdotas y curiosidades de la estación de Torrellano

1.     Un andén como punto de reunió

En los primeros años, el paso del tren era un auténtico acontecimiento. Muchos vecinos, aunque no viajaran, se acercaban simplemente a verlo pasar. Para los niños era como un espectáculo, para los mayores un tema de conversación diario. Se decía que “el tren marcaba la hora”, porque su puntualidad –o sus retrasos– servían para saber en qué momento del día estabas.

2.     Los encargos en el último minuto

Antes de que hubiera servicio de paquetería organizado, era habitual que alguien que viajaba a Alicante o Elche se ofreciera a llevar encargos de los vecinos. Una carta, un paquete, incluso recados personales. El problema era que, en muchas ocasiones, estos encargos llegaban en el último segundo. Era típico ver a alguien corriendo por el andén con un paquete envuelto en papel de estraza gritando:
— ¡Espere un momento, que esto va para mí cuñada en Alicante!

3.     La estación como improvisado salón de baile

En alguna ocasión especial, cuando coincidían fiestas en el pueblo, la estación se transformaba en un lugar de celebración. Los músicos del pueblo se reunían en el andén, y al atardecer, mientras caía el sol, se organizaban bailes improvisados. Se decía que “si no había salón, el tren traía la música”.

4.     El tren de las gallinas

No todos los pasajeros eran personas. Era muy común que, en los vagones de mercancías, los vecinos enviaran pollos, gallinas o conejos como pago o intercambio. Más de una vez, al abrir el vagón en Torrellano, las aves salían corriendo, desatando carreras cómicas para atraparlas antes de que acabaran en las huertas cercanas.

5.     Cuando el tren se convirtió en ambulancia

En tiempos en que no había ambulancias disponibles para todos, más de una vez el tren sirvió para llevar enfermos urgentes a Alicante, donde estaban los médicos y hospitales. Se avisaba con antelación al jefe de estación, que hacía lo posible por retrasar la salida unos minutos. Era literalmente un tren que podía salvar vidas.

6.     La estación fantasma tras el declive

Cuando el uso del tren empezó a disminuir, la estación de Torrellano se volvió un lugar casi fantasmagórico. Se cuenta que, en los años 70, había días en que solo pasaban un par de viajeros. El eco de sus pasos resonaba en aquel edificio medio abandonado. Fue entonces cuando la Asociación Amigos del Ferrocarril decidió rescatarla, devolviéndole la memoria y evitando que se perdiera para siempre.

7.     El silbido como señal de vida

Muchos vecinos mayores todavía recuerdan con nostalgia el silbido de la locomotora. Para algunos era la señal de que el día terminaba, para otros el aviso de que empezaba la faena. Incluso había familias que ponían el reloj en hora escuchando el tren. Cuando dejó de pasar, muchos sintieron que algo en el ritmo del pueblo también se había detenido.

Más que una estación, un pedazo de historia

La estación de Torrellano no fue solo un lugar de paso. Fue un punto de encuentro, de despedidas y reencuentros, de alegrías y de penas. Allí se escribieron pequeñas historias cotidianas que, aunque no salieron en los periódicos, marcaron a generaciones.

Hoy, gracias a quienes han luchado por mantenerla viva, podemos seguir escuchando su eco. Cada vez que miramos sus muros restaurados, recordamos que el tren no solo traía mercancías y pasajeros: traía progreso, esperanza y la sensación de que el pueblo estaba conectado con el mundo.

Fuente: Fundación Ferrocarriles españoles - María del Pilar Ávila Roca de Togores - Archivo General de la Región de Murcia-Compañía de Ferrocarriles Andaluces


EL AGUA EN TORRELLANO

EL CANAL DE NUEVOS RIEGOS EL PROGRESO.

El Canal de Nuevos Riegos El Progreso: la pequeña gran obra que cambió la historia agrícola del campo de Elche

Hablar de riego en el campo de Elche es hablar de un sueño largamente anhelado por generaciones de agricultores. A principios del siglo XX, cuando el clima seco y la escasez de recursos limitaban el rendimiento de las tierras, la llegada del Canal de Nuevos Riegos El Progreso supuso un auténtico salto hacia la modernidad.

Fue el primer canal que llevó agua de riego hasta las huertas de Torrellano y su entorno, aunque su alcance quedó eclipsado más tarde por el gigante hidráulico de Riegos de Levante. Sin embargo, detrás de sus caudales más modestos hay una historia de ingenio, esfuerzo colectivo y grandes dosis de ilusión.


Un sueño que empezó con una petición al Rey

La historia comienza el 14 de abril de 1905, cuando el joven rey Alfonso XIII visitó Elche. Los agricultores ilicitanos no dejaron escapar la oportunidad: aprovecharon su presencia para implorarle agua para regar sus campos. Y, aunque las gestiones fueron complejas, aquella súplica sembró la semilla de lo que vendría después.

En apenas un año, se constituyó la Compañía Nuevos Riegos El Progreso (1906). Curiosamente, aquel año los escaparates también se llenaban de un invento que perduraría en el tiempo: las míticas pastillas Juanolas, las mismas que generaciones posteriores llevarían en el bolsillo como remedio para la garganta.

Una ingeniería visionaria para la época

El canal del Progreso fue una obra ambiciosa para su tiempo. Su ramal Este llegaba hasta El Altet, pero dejaba sin agua de riego a Torrellano Alto, algo que se recordaría durante años.

Para hacernos una idea de su magnitud:

El agua se captaba del final del rio Segura, aprovechando sus caudales sobrantes.
Desde la elevación Cuatro Pilares, se bombeaba hasta 74 metros de altura.
Su meta era regar 11.000 hectáreas, aunque con un caudal inferior al de Riegos de Levante.

Su recorrido cruzaba La Hoya, Asprillas, Las Bayas, Perleta, Valverde, hasta llegar a Torrellano Bajo y la Loma de Sempere, salvando desniveles mediante túneles excavados a mano hasta desembocar en El Altet.

Era tan modesto en comparación con Riegos de Levante que el pueblo lo bautizó cariñosamente como “el canalillo”, mientras al otro lo llamaban simplemente “el canal”.

Una sociedad de pequeños accionistas

Lo más curioso es que este proyecto no surgió de grandes fortunas, sino de la unión de pequeños propietarios y terratenientes, que se asociaron para financiar la obra.

Según el archivero municipal Pedro Ibarra, en su Efemérides Ilicitanas encontramos la nota del 19 de febrero de 1906:

“Ayer se celebró una reunión de terratenientes en La Marina, con el fin de conocer el proyecto de regadío de Don Ernesto Martínez, autor de algunos aparatos hidráulicos… Se trataba de fundar una sociedad de accionistas a cinco pesetas por mes hasta llegar a quinientas, mientras no se cubran los gastos de la maquinaria de vapor, para elevar dos tallas de agua a treinta metros de altura.”

Eran tiempos en los que la voluntad comunitaria suplía la falta de recursos. El primer presidente, Andrés Alonso Gomis, tuvo que pedir permisos uno por uno para que las canalizaciones cruzaran carreteras y propiedades privadas. El 28 de abril de 1912, por ejemplo, logró la autorización para que el canal atravesara la carretera de Elche-Dolores.

Más que agua: esperanza y progreso

El nombre El Progreso no fue casual. Para los agricultores, cada gota significaba multiplicar las cosechas, mejorar la economía familiar y asegurar el futuro del campo. Las huertas que antes dependían de la incierta lluvia pasaron a tener cultivos más estables.

Sin embargo, la alegría fue parcial: el canal no llegó a todos los rincones, y muchas partidas quedaron desabastecidas, generando también rivalidades y desencuentros entre agricultores. Con el tiempo, la llegada de Riegos de Levante hizo que el canalillo quedara en un segundo plano, pero su papel pionero nunca se olvidó.

Dos túneles que hicieron historia

Uno de los logros más comentados de esta obra fueron los dos túneles excavados para salvar las lomas en su trayecto por la cañada:

El primero cruzaba la Loma de Sempere, una zona complicada por su terreno irregular.
El segundo salvaba el margen izquierdo de la misma cañada, permitiendo que el agua llegara, finalmente, a El Altet.

Para los trabajadores de la época, sin maquinaria moderna, fue una auténtica proeza de ingeniería rural.

Un legado que todavía late bajo tierra

Hoy, muchos de esos tramos del canal han desaparecido o han quedado enterrados bajo caminos y construcciones. Pero quienes conocen su historia saben que bajo la tierra todavía discurre la memoria de aquellos primeros riegos, los que trajeron un soplo de esperanza al campo de Elche.

Aunque su nombre pueda sonar pequeño, El Progreso simboliza la fuerza de la unión vecinal y la tenacidad de un pueblo que supo organizarse para traer agua donde solo había sed y tierra reseca.

¿Sabías que…?

Fue el primer canal que llevó agua de riego a Torrellano, mucho antes que Riegos de Levante.

Se financiaba con acciones de 5 pesetas mensuales, un sistema popular para la época.

Popularmente se llamaba “el canalillo” por ser más modesto que su “hermano mayor”.

 Sus túneles fueron excavados a pico y pala, sin maquinaria.

Un paseo por la historia hidráulica

Quizá la próxima vez que pases por La Hoya, Las Bayas o El Altet, imagina por un momento a aquellos hombres midiendo el terreno, cavando túneles y soñando con ver correr el agua. Sin su esfuerzo, el paisaje agrícola que hoy conocemos sería muy difícil.


EL CANAL DE RIEGOS DE LEVANTE

Agua, historia y vida en Torrellano

Si hoy paseas por Torrellano y sus alrededores, cuesta imaginar lo que significó para estas tierras la llegada del Tercer Canal de Riegos de Levante. Fue mucho más que una obra hidráulica: marcó un antes y un después para una zona que, hasta entonces, dependía de la escasa lluvia para sobrevivir.

En un paisaje eminentemente agrícola, donde cada gota contaba, aquel canal trajo esperanza y prosperidad. De pronto, los campos de secano empezaron a transformarse en fértiles huertas, y con ellas cambió también la forma de vivir de muchas familias.

Pero para entender bien su impacto, hay que retroceder un poco en el tiempo.

Los sindicatos agrarios: unión frente a la adversidad

A comienzos del siglo XX, la vida del pequeño agricultor no era fácil. Los usureros hacían negocio con la necesidad, prestando dinero a intereses abusivos. Para defenderse, en 1906 se aprobó la Ley de Sindicatos, que permitió la creación del Sindicato Católico Agrícola y las Cajas Rurales. Era una manera de organizarse para proteger a los campesinos, darles créditos justos y, sobre todo, fuerza colectiva.

La acogida fue sorprendente. Apenas 14 años después, en 1920, la Confederación Católica Agraria reunía a 200.000 labradores cooperados. Diez años más tarde, aquella red había crecido hasta tener 51 federaciones, 5.000 cooperativas y medio millón de asociados. Las Cajas Rurales ya sumaban 500 entidades y más de 58.000 socios.

Sin embargo, a partir de 1930 el crecimiento se frenó. En algunas provincias aparecieron sindicatos agrarios socialistas y comunistas, y la unidad del movimiento empezó a resquebrajarse.

Aun así, el impulso inicial había dejado una huella: los agricultores ya sabían que organizados podían lograr grandes cosas. Y esa fuerza fue clave para que una obra gigantesca, casi utópica para la época, se hiciera realidad.

Una obra de ingeniería para cambiarlo todo

En 1917 nació la Compañía Riegos de Levante, impulsada por la banca Dreyfuss y otros accionistas… ¡entre ellos el mismísimo Rey Alfonso XIII! La idea era tan ambiciosa como necesaria: transformar 25.000 hectáreas de secano de la provincia de Alicante en tierras de regadío.

No fue un proyecto cualquiera. Era una auténtica hazaña de ingeniería hidráulica para su tiempo. Y, como era habitual entonces, la política y los intereses económicos también se mezclaron. Entre las personas que empujaron para que esta obra llegara a buen puerto se recuerdan nombres como Antonio Roca de Togores, vocal del Consejo de Regantes; Juan Llorca, abogado y consejero del Sindicato de Bacarót; y el señor Esteve, presidente de ese mismo sindicato.

Finalmente, las obras culminaron y fueron inauguradas el 4 de abril de 1925, justo el año en que España ponía fin a la guerra con Marruecos tras el célebre desembarco de Alhucemas. Alfonso XIII, apodado “El Africano” por su relación con aquella campaña, presidió el acto.

Así era el recorrido del canal

El Tercer Canal de Riegos de Levante partía de la quinta elevación en Crevillente, a 78 metros sobre el nivel del mar. También se le llamaba Tercer Canal de Elche, margen izquierda del Segura, y tenía una longitud de 51 kilómetros.

Llevaba agua en distintas proporciones según el tramo:

  • Hasta el barranco de San Antón, 4.000 litros por segundo.
  • Hasta Bacarót, 2.000 litros por segundo.
  • Hasta Alicante, 1.000 litros por segundo.
  • Y en su cola, camino de Muchamiel, quedaban 500 litros por segundo.

El trazado empezaba en Crevillente, cerca de Matola, y atravesaba Elche de oeste a este por la calle Pedro Juan Perpiñán. Un acueducto le permitía salvar el río Vinalopó junto al puente de la Generalitat. Luego seguía su recorrido bordeando el antiguo matadero de Elche, pasaba cerca del actual hospital del Servicio Valenciano de Salud y cruzaba el barrio de Los Palmerales.

De allí continuaba hacia el sur del barrio de San Antón, bordeaba el estadio del Elche C.F. y finalmente llegaba a Torrellano. Entraba por la calle Libertad, junto al grupo Nueva Esperanza, cruzaba la N-340 cerca del recordado kiosco Fofito y el antiguo cine Rex. Después seguía paralelo a la carretera, entrando en Bacarót por el Portixol, para regar las huertas de Alicante y terminar su recorrido en Muchamiel.

Cuando el canal era “la playa” del pueblo

Más allá de su función agrícola, el canal tuvo otro papel que muchos vecinos de Torrellano recuerdan con nostalgia. Durante décadas, fue la playa improvisada de los jóvenes del pueblo.

Cuando el verano apretaba y no había piscinas municipales ni coches para ir a la costa, las pandillas de chicos se refrescaban en sus aguas. Era algo casi ritual: una tarde calurosa, unas toallas viejas y chapuzones en el canal.

Claro que no todo eran recuerdos felices. También hubo tragedias. “Cuántos hijos se habrán perdido en sus aguas”, decían las madres con resignación. Por eso, con el tiempo, y por razones de seguridad y salubridad, el canal se fue cubriendo y canalizando, igual que ocurrió en Elche. Y con ello, se cerró un capítulo de la memoria colectiva del pueblo.

Lo que quedó

Hoy, el Tercer Canal de Riegos de Levante sigue siendo un símbolo de progreso para una tierra que siempre dependió del agua. Fue el motor que convirtió campos áridos en huertas productivas, que dio oportunidades a generaciones de agricultores y que, de paso, regaló historias a toda una comunidad.

Aunque ya no veamos niños bañándose en sus aguas, ni nos sorprendamos al cruzar su recorrido por Torrellano, su legado sigue presente. Porque, al final, el agua no solo riega la tierra: también alimenta la historia y la identidad de los pueblos.


EL AEROPUERTO DE EL ALTET. ELCHE - ALICANTE

Aeropuerto de El Altet: un viaje por su historia y sus curiosidades

Hoy, cuando pasamos por el Aeropuerto de Alicante-Elche Miguel Hernández (el antiguo Aeropuerto de El Altet), cuesta imaginar que este gigante de cristal y hormigón tiene una historia casi romántica, ligada a los primeros vuelos civiles en España.

Porque sí, este aeropuerto que ocupa el 6º lugar en España por número de pasajeros, solo por detrás de los de Madrid, Barcelona, Palma de Mallorca, Málaga y Gran Canaria, está construido muy cerca de donde todo comenzó: un modesto campo de vuelos que fue pionero en su época.

Un rincón olvidado: el primer campo de vuelos

A principios del siglo XX, volar era todavía algo casi mágico. En aquellos años, una compañía francesa llamada Lignes Aériennes Latécoère operaba rutas de correo aéreo que unían Francia con África. Su escala en la península estaba en Rabasa, un aeródromo militar y civil en San Vicente del Raspeig, justo donde hoy se levanta la Universidad de Alicante.

De hecho, si te acercas al campus, todavía puedes ver la antigua torre de control, un vestigio de aquel aeródromo casi olvidado.

Pero la historia no acaba ahí. En 1926, la misma compañía consiguió permiso para instalar unas pistas de aterrizaje en terrenos municipales de la pedanía de El Altet, junto al mar, en un lugar estratégico para conectar con el norte de África.

De Latécoère a Air France

En 1927, la gestión del pequeño aeródromo pasó a manos de Aéropostale, la mítica compañía aérea que tenía entre sus pilotos a Antoine de Saint-Exupéry, el autor de El Principito. Desde allí, los aviones partían rumbo a Argelia, llevando correo y pasajeros en una época en la que cruzar el Mediterráneo en avión era toda una aventura.

Poco después, Aéropostale se fusionó con otras compañías y dio origen a Air France, que siguió operando en la zona hasta que la Guerra Civil interrumpió todo. El 18 de julio de 1936, aquel campo de vuelos dejó de utilizarse. Con el tiempo, los matorrales y las salicornias invadieron las pistas, y la memoria del lugar se fue borrando poco a poco.

El nacimiento del aeropuerto moderno

Hubo que esperar varias décadas para que Alicante recuperara su conexión aérea. Finalmente, el 4 de mayo de 1967 se inauguró el Aeropuerto del Altet, como lo conocemos hoy.

El primer avión en aterrizar fue un Convair Metropolitan procedente de Madrid, de la compañía Aviaco. Dos años más tarde, en 1969, Iberia empezó a operar rutas regulares Alicante-Madrid y Alicante-Barcelona.

El crecimiento fue rápido. En 1972 se construyó una segunda terminal, pensada inicialmente para vuelos internacionales, pero pronto toda la actividad aérea pasó a la Terminal 2.


Vista Aerea de la Nueva Terminal del
Aeropuerto del Altet

Una empresa que mueve todo un territorio

No es exagerado decir que el Aeropuerto de El Altet se convirtió en la mayor empresa de Alicante. Hoy trabajan en él de forma directa unas 10.000 personas, y de manera indirecta da empleo a otras 25.000.

El 23 de marzo de 2011 se dio un nuevo salto de modernidad con la inauguración de la Nueva Terminal Aérea, un edificio amplio y luminoso, diseñado para acoger el volumen de pasajeros que, año tras año, sigue batiendo récords.

Curiosamente, aunque el aeropuerto está en terrenos que pertenecen casi en su totalidad a la pedanía de El Altet, los mayores beneficios económicos se quedan en Torrellano, gracias a que tiene mejores comunicaciones y servicios para quienes trabajan en la zona.

Más que un aeropuerto, un símbolo de conexión

El Aeropuerto de El Altet no solo es una infraestructura clave para la Costa Blanca. Es también un símbolo de cómo el transporte aéreo ha cambiado la vida de una región. De un pequeño campo de vuelos para correo postal, pasó a ser una puerta de entrada para millones de turistas y un motor económico para la provincia de Alicante.

Y, aunque muchos no lo sepan, caminar por sus modernas instalaciones es, en cierto modo, pisar un pedazo de historia de la aviación civil español
INSTITUCIÓN FERIAL ALICANTINA DE TORRELLANO (IFA).

IFA, mucho más que un recinto ferial

Episodio 1: ¿Qué es realmente la IFA y para qué sirve?

Si has pasado alguna vez por la carretera que une Alicante y Elche, seguro que te ha llamado la atención ese enorme complejo moderno con un nombre que a muchos todavía les suena lejano: IFA, la Institución Ferial Alicantina.

Pero, más allá de su aspecto imponente, ¿para qué sirve realmente? ¿Es solo un espacio para ferias y eventos… o hay algo más detrás?
Pues bien, la IFA no es un invento nuevo ni un capricho reciente. Su origen está ligado a una idea muy sencilla: crear un espacio donde empresarios, profesionales y público pudieran encontrarse para hacer negocios, conocer novedades y dinamizar la economía de toda la provincia.

De los mercados tradicionales a los recintos feriales

Hace un siglo, los productos se daban a conocer en mercados ambulantes, ferias patronales o muestras sectoriales improvisadas en plazas y parques. Con el tiempo, esos encuentros crecieron tanto que se hicieron necesarias infraestructuras permanentes.

Alicante, con su gran tejido industrial (calzado, mármol, alimentación, turismo…), necesitaba un punto de referencia para mostrar al mundo su potencial. Y de ahí nació la IFA, que hoy es un motor económico para la provincia.

Mucho más que ferias

Cuando pensamos en IFA, solemos imaginar grandes ferias de turismo, gastronomía o eventos como FIRAMACO, FIRAPOSTA o Expo fiesta. Pero la realidad es que funciona como un auténtico escaparate de innovación y tendencias.
Para las empresas, es una oportunidad única para ganar visibilidad.
Para los profesionales, es un punto de encuentro donde se cierran acuerdos que luego repercuten en empleo y riqueza local.

Para el público general, es una forma de acercarse a nuevos productos, servicios y experiencias.

En otras palabras, IFA es un puente: conecta a quienes producen con quienes consumen, a quienes buscan socios con quienes tienen proyectos.

Episodio 2: Lo que IFA aporta realmente – economía, empleo y proyección

Cuando se habla de la Institución Ferial Alicantina, muchos piensan en un recinto enorme que solo se llena unos días al año. Pero, si rascamos un poco, descubrimos que su utilidad va mucho más allá de organizar ferias.

Vamos a verlo con calma, sin tecnicismos.

1.     Un motor para la economía local

Cada feria o evento que se celebra en IFA mueve mucho más dinero del que imaginamos. No solo por lo que facturan las empresas expositoras, sino por todo lo que hay alrededor:

Hoteles y alojamientos que reciben a visitantes y expositores.

Restaurantes y bares que ven aumentar su clientela esos días.

Transporte y logística, desde taxis y VTC hasta empresas de alquiler de vehículos.
Una sola feria grande puede dejar miles de pernoctaciones en Alicante y Elche, y eso se traduce en empleo indirecto.

2.     Un escaparate para sectores clave

Alicante no solo vive del turismo. Tiene sectores con mucha historia y peso económico: el calzado de Elche, el mármol de Novelda, la uvas del Vinalopó, el turrón de Jijona…IFA se convierte en la ventana donde estos productos se muestran al mundo. Gracias a ella, empresas familiares han cerrado contratos internacionales y han conocido tendencias que les han permitido innovar.

3.     Impulso al empleo y la innovación

Aunque no lo parezca, cada evento implica montadores, diseñadores, personal de seguridad, azafatas, técnicos audiovisuales… y muchos de ellos son contratados por días o semanas, generando trabajo puntual que, sumado a lo largo del año, es un alivio para mucha gente.
Además, ferias como Futurmoda (calzado y componentes) o Alicante Gastronómica son laboratorios de ideas, donde pequeñas empresas aprenden de las grandes y viceversa.

4.     La proyección internacional

Por último, no olvidemos el efecto imagen. Cada vez que IFA organiza un gran evento, Alicante aparece en los medios especializados, atrayendo inversión y turismo. Es como decirle al mundo: “Aquí estamos, tenemos algo que ofrecer”

En resumen, IFA no es solo un edificio bonito, sino un engranaje que, cuando funciona bien, hace girar la economía provincial.
En el próximo episodio hablaremos de la otra cara de la moneda: las críticas y los problemas que arrastra, desde su elevado coste de mantenimiento hasta la sensación de que podría estar infrautilizada.

 

Episodio 3: La otra cara de IFA – ¿un gigante infrautilizado?


                 Hasta ahora hemos visto todo lo bueno que aporta la Institución Ferial Alicantina,                     pero   como todo en la vida, también tiene sus sombras. Y es importante contarlas                    para tener una visión realista.

1.     Un mantenimiento caro… siempre

               Tener un recinto tan grande, moderno y preparado cuesta mucho dinero: limpieza,                    electricidad, climatización, seguridad, personal… Incluso cuando no hay ferias, hay                  gastos fijos.
                Algunos críticos se preguntan si compensa mantener un espacio que está lleno                         solo  unos pocos días al año.

2.     Infrautilización en algunos periodos

                 Hay épocas en las que IFA está llena de vida… y otras en las que parece un                             edificio fantasma. Falta una programación más continua que mantenga el flujo                         de visitantes durante todo el año.
                 Muchos vecinos opinan que podría usarse más para eventos culturales, deportivos                   o educativos, no solo para ferias profesionales.

3.     Dependencia del sector público

Aunque IFA genera riqueza indirecta, no siempre es rentable por sí sola y acaba necesitando apoyo económico de las administraciones. Y ahí surge la polémica:

¿Debe un organismo público seguir financiando un recinto que no siempre rinde al máximo?

4.     Competencia de otros formatos

Hoy en día, muchas ferias tradicionales han perdido fuerza porque las empresas se promocionan online. ¿Para qué pagar un stand físico cuando puedes llegar a miles de clientes con un clic?
Esto obliga a IFA a reinventarse, pero el cambio no siempre es rápido.
En resumen, IFA es una herramienta útil pero imperfecta. Un lugar con mucho potencial que a veces no se aprovecha del todo.


Episodio 4: ¿Se puede reinventar IFA? Claves para que vuelva a ser imprescindible

Si algo hemos aprendido de la historia de IFA es que cuando hay actividad, todo el entorno se beneficia: negocios locales, turismo, empleo… Pero también hemos visto que no siempre se aprovecha todo su potencial.

                ¿Se puede cambiar esto? Sí, y aquí van algunas ideas para darle una segunda                           vida a la Institución Ferial Alicantina.

                1. Apostar por más que ferias

¿Por qué limitarse solo a ferias profesionales?

 IFA podría acoger:

 Conciertos, festivales y eventos culturales

 Competiciones deportivas indoor

 Congresos internacionales y reuniones de empresas

 Exposiciones interactivas para colegios y familias

 Así se mantendría una actividad constante todo el año, no solo en    fechas puntuales.

2. Convertirse en un centro de innovación

Podría ser mucho más que un simple espacio para exponer productos. ¿Por qué no transformarlo también en un centro de innovación y emprendimiento?

Zonas de coworking para empresas innovadoras.

Encuentros entre inversores y emprendedores.

Formación para pymes y autónomos.

                Así IFA se integraría mejor en la economía digital y creativa del siglo XXI.
                3.Más colaboración con la comunidad local

Para que la gente sienta IFA como algo suyo, es clave abrirla a actividades más cercanas:

Mercados gastronómicos de producto local.

Jornadas solidarias y benéficas.

Espacios para asociaciones vecinales o culturales.

Dejar de ser “ese edificio grande en la carretera” para convertirse en un punto de encuentro social y ciudadano.

Mejor conexión y accesibilidad

Otro punto a mejorar es el transporte. Muchas personas se quejan de que llegar a IFA sin coche es complicado.

Una mejor conexión con Alicante, Elche y el aeropuerto haría que más gente pudiera visitarla con facilidad.

En resumen…

IFA no tiene por qué ser un gigante dormido. Con una programación más variada, más colaboración con la comunidad y una apuesta clara por la innovación, podría volver a ser imprescindible para la provincia.
Pero para lograrlo hace falta visión, gestión eficiente y escuchar a quienes realmente la usan: las empresas, los visitantes y los ciudadanos.


Conclusión final de la serie

La Institución Ferial Alicantina ha demostrado que puede generar riqueza y oportunidades, pero también ha vivido épocas de infrautilización y críticas.

El reto ahora es reinventarla para que no sea solo un recinto, sino un motor constante de cultura, economía y encuentro social.
Quizá la pregunta no sea si IFA es útil, sino si estamos dispuestos a imaginarla de otra manera para que lo sea aún más.

IFA: Pasado, presente y futuro de la Institución Ferial Alicantina

A pocos kilómetros entre Alicante y Elche, junto al aeropuerto, se levanta un edificio enorme que muchos identifican al pasar por la carretera: la Institución Ferial Alicantina, más conocida como IFA.

Un recinto que durante décadas ha acogido ferias, congresos, eventos culturales y hasta conciertos, pero que también ha sido objeto de críticas, debates y dudas sobre su utilidad.

Hoy te propongo un viaje rápido pero completo: qué es realmente IFA, qué ha aportado, en qué falla y cómo podría reinventarse para volver a ser imprescindible.


Un motor económico y social

Desde su creación, IFA fue pensado como un gran escaparate para la provincia de Alicante. La idea era sencilla pero poderosa: reunir en un mismo lugar a empresas, profesionales y visitantes para generar negocio.

Y lo cierto es que lo ha conseguido en muchos momentos clave.
Ha dado visibilidad a sectores como el calzado, la alimentación, la construcción o la automoción.

Ha permitido que pequeñas empresas se dieran a conocer más allá de su comarca.
Ha traído miles de visitantes que, de paso, han llenado hoteles, restaurantes y comercios de la zona.

Pero no solo ha sido un espacio para hacer negocio. También ha acogido exposiciones culturales, ferias de ocio y actividades para familias, convirtiéndose en un punto de encuentro para vecinos de toda la provincia.
En definitiva, cuando IFA funciona, todo su entorno se mueve: taxis, hostelería, comercios… Un auténtico motor económico y social.

Pero… ¿todo es positivo?

Como en casi todo, también hay una cara menos amable. Y hay que contarla para ser honestos.

Mantener un recinto de este tamaño cuesta mucho dinero: limpieza, climatización, seguridad, personal… incluso cuando no hay actividad. Y, reconozcámoslo, hay épocas en las que IFA parece un gigante dormido: ferias puntuales y luego meses enteros sin apenas movimiento.

A eso se suma la competencia del mundo digital. Muchas empresas ya no necesitan ferias para mostrar sus productos; lo hacen online, a menor coste y con más alcance.

Además, IFA no siempre es rentable por sí sola y termina necesitando apoyo público, lo que genera polémica: ¿debe financiarse con dinero de todos si no está al 100% de su capacidad?

En resumen, IFA ha demostrado su utilidad, pero también tiene limitaciones que en algunos momentos la han dejado infrautilizada

Fachada principal  y su Torre emblemática de la Institución Ferial Alicantina - IFA

Entonces… ¿qué hacer?

Aquí viene lo más interesante. IFA no tiene por qué quedarse anclada en el modelo del pasado. Puede reinventarse y volver a ser imprescindible.

 Más que ferias:

No limitarse a eventos profesionales, sino abrirse a conciertos, festivales, exposiciones interactivas, competiciones deportivas, ferias de gastronomía… Así habría vida todo el año.

 Un centro de innovación:

Convertirse en un espacio para empresas emergentes, encuentros de emprendedores, formación para pymes y eventos tecnológicos. Es decir, ser un puente entre lo tradicional y lo digital.

 Abrirse a la comunidad:

Organizar mercados locales, jornadas solidarias, actividades para colegios… Que la gente sienta IFA como algo suyo, no solo como un edificio lejano.
Mejorar accesibilidad:

Facilitar transporte público desde Alicante, Elche y el aeropuerto. Cuanta más gente pueda llegar, más actividad habrá.

¿Es posible recuperar su papel protagonista?

Sí, pero hace falta visión y gestión eficiente. IFA puede volver a ser un motor económico, social y cultural si deja de ser solo “el sitio de las ferias” y se convierte en un verdadero centro de oportunidades para empresas y ciudadanos.
Porque, en el fondo, la pregunta no es si IFA es útil, sino si estamos dispuestos a imaginarla de otra manera para que lo sea aún más.

En pocas palabras

Cuando IFA está viva, toda la provincia gana.

Pero necesita reinventarse para no quedarse atrás.

Depende de nosotros exigir y proponer un modelo más abierto, dinámico y moderno.

Quizá el futuro de IFA no pase solo por ferias, sino por convertirse en el gran punto de encuentro de la provincia: económico, cultural y social.


PARQUE INDUSTRIAL TORRELLANO/SALADAS

Parque Industrial Torrellano-Saladas: donde la tradición agrícola dio paso a la innovación

Si miramos desde el aire el Parque Industrial de Torrellano-Saladas, lo que hoy vemos es un mar de naves modernas, carreteras perfectamente trazadas y empresas que exportan al mundo. Pero si retrocedemos unas décadas, el paisaje era muy diferente: campos de cultivo, saladares y caminos polvorientos que apenas conectaban con Elche o Alicante.

Este cambio no sucedió de la noche a la mañana. Fue un proceso lento, casi silencioso, pero imparable. Y en esa transformación se esconde una historia fascinante: cómo un rincón agrícola se convirtió en uno de los motores económicos de toda la provincia.

De la huerta al hormigón… pero sin olvidar las raíces

Durante siglos, Torrellano y Saladas vivieron de la tierra. Los canales de riego –como los de Riegos de Levante o El Progreso– trajeron agua a un territorio sediento y permitieron que se cultivaran hortalizas, viñedos y frutales. Era un paisaje dominado por el verde y el esfuerzo manual.

Pero a partir de los años 70 y 80, Elche empezó a desbordar su zona urbana. La industria del calzado crecía a un ritmo vertiginoso y necesitaba más espacio para talleres, almacenes y fábricas. El campo empezó a ceder terreno. Donde antes había trigales, poco a poco se levantaron las primeras naves industriales.
Así nació la idea de crear un parque industrial planificado, con infraestructuras modernas y bien comunicadas con el aeropuerto, el puerto de Alicante y las autovías. Y el lugar ideal era este: entre Torrellano y Saladas, a medio camino entre la ciudad y el mar.

Un espacio pensado para crecer

Hoy, recorrer el Parque Industrial Torrellano-Saladas es como caminar por un pequeño microcosmos empresarial. Hay de todo: desde empresas de logística internacional hasta talleres mecánicos, pasando por laboratorios, firmas tecnológicas, fábricas de componentes para calzado y hasta estudios de diseño.
Lo más curioso es que conviven grandes compañías exportadoras con pequeños negocios familiares, esos que empezaron casi en un garaje y que, con los años, lograron hacerse un hueco en el mercado.
Otro detalle que muchos no saben es que este parque industrial está estratégicamente conectado: en menos de 5 minutos llegas al Aeropuerto de Alicante-Elche y, con la misma facilidad, puedes enlazar con la autovía hacia Murcia, Valencia o Madrid. Esta ubicación privilegiada es una de las claves de su éxito.

El vecino más influyente: el aeropuerto

El desarrollo del Parque Industrial está íntimamente ligado al Aeropuerto de El Altet, que está justo al lado. La cercanía al aeropuerto no solo facilitó la logística, sino que atrajo a empresas relacionadas con el transporte aéreo, el turismo y la exportación.

No es casualidad que muchos hoteles, empresas de alquiler de coches y servicios para pasajeros se hayan instalado también cerca. Todo está pensado para aprovechar la sinergia de tener el sexto aeropuerto más importante de España a tiro de piedra.

Más que un polígono, una comunidad

Quien trabaja aquí sabe que no es un polígono industrial cualquiera. Hay vida más allá de las naves: cafeterías donde los trabajadores de diferentes empresas coinciden a diario, centros de formación, zonas verdes para desconectar un rato, y hasta espacios para eventos y ferias profesionales.
En los últimos años, además, se han creado iniciativas para hacer el parque más sostenible, con mejor gestión de residuos, eficiencia energética y zonas pensadas para la movilidad eléctrica.

Un motor económico que no para de crecer

Hoy, el Parque Industrial Torrellano-Saladas es uno de los grandes motores económicos de la provincia de Alicante. Genera miles de empleos directos e indirectos y sigue atrayendo inversión. Es, en cierto modo, la evolución natural de un territorio que pasó de regar sus campos con agua del Segura a “regar” sus naves con ideas, innovación y comercio global.
Y lo más sorprendente es que, si te alejas un poco, todavía puedes ver los restos de su pasado agrícola: alguna vieja acequia, una casa de campo en pie, los saladares que dan nombre a la zona… como si el lugar no quisiera olvidar del todo de dónde viene.

Vista Aérea del Parque Industrial de Torrellano-Saladas

Cuando la historia y el futuro se dan la mano

El Parque Industrial de Torrellano-Saladas es un ejemplo perfecto de cómo un lugar puede reinventarse sin borrar su memoria. Aquí conviven los recuerdos de las antiguas huertas con la tecnología del siglo XXI, los caminos de tierra con las carreteras que conectan Europa y África.
La próxima vez que pases por sus avenidas llenas de camiones y contenedores, imagina por un momento cómo era este mismo lugar hace apenas cincuenta años: silencio, campos, agua de riego corriendo por los canales… y nadie sospechando que se convertiría en el corazón económico de toda una comarca.

Las primeras naves

Cuando comenzaron a llegar las primeras propuestas para levantar fábricas en estos terrenos, muchos vecinos no sabían si alegrarse o asustarse.
“Mi abuelo decía que aquí solo valía la pena sembrar”, recuerda José Manuel, que ahora trabaja en una empresa de logística del parque. “Cuando vio la primera nave levantada, pensó que iba a ser algo pasajero. Nunca imaginó que acabaríamos todos trabajando aquí”.

Las primeras empresas: historias de valentía

Algunas de las primeras empresas que se instalaron en el Parque Industrial eran pequeños talleres familiares del calzado que venían de Elche. Una de ellas, por ejemplo, empezó con apenas tres hermanos fabricando suelas en un garaje. Hoy exportan a más de veinte países.

También llegaron compañías de transporte y logística, aprovechando la cercanía del aeropuerto. Muchos recuerdan a Ramón Sánchez, un empresario visionario que empezó con una pequeña dotación de camiones y.... Años después, su flota era tan grande que se convirtió en proveedor oficial de grandes marcas internacionales.

Historias de quienes levantaron el parque con sus manos

Detrás de cada empresa pionera hubo trabajadores que apostaron por quedarse cuando todo era nuevo e incierto.

Antonio, por ejemplo, empezó como peón descargando camiones en los años 80. Hoy es jefe de almacén. “Yo venía en bici desde Torrellano todos los días Recuerdo que alrededor de las naves seguían pasando acequias, y todavía veías perdices y conejos por aquí… Ahora, esto parece una pequeña ciudad”.

O Luisa, que trabajó en la cafetería más antigua del parque. “Los primeros años éramos como una familia. Venían los de todas las empresas a tomar café y contarse las penas. Ahora hay tanta gente que ni los conoces a todos”.

Un desarrollo impulsado por el aeropuerto

Muchos empresarios aseguran que si no fuera por la cercanía del aeropuerto, este parque no sería lo que es. Las primeras exportaciones de calzado viajaban en vuelos de carga que salían del Altet.

“Recuerdo embalar cajas para mandarlas a Alemania en plena noche, porque el vuelo salía a las seis de la mañana”, cuenta Miguel, uno de los trabajadores de una empresa pionera. “A veces nos quedábamos hasta dormir en la nave para no perder el envío”.

Más que un polígono, una comunidad viva

A pesar de ser un espacio industrial, el parque siempre ha tenido un espíritu de comunidad..
Hoy, aunque todo está más globalizado y hay mucha más gente, todavía se mantienen pequeñas tradiciones, como el almuerzo compartido en las cafeterías o los saludos entre quienes llevan toda la vida trabajando allí.

Un parque lleno de memoria

El Parque Industrial de Torrellano-Saladas no es solo un lugar de naves y camiones. Es un espacio con memoria, donde el pasado agrícola todavía late en los recuerdos de los mayores, y donde cada empresa pionera dejó una huella.
La próxima vez que pases por aquí, piensa en las manos que construyeron este lugar, en los trabajadores que apostaron por algo nuevo y en aquellos primeros empresarios que arriesgaron todo para crecer junto a este territorio. Porque detrás de cada avenida, cada rotonda y cada nave, hay historias humanas que hicieron posible esta transformación.

















Ver mapa más grandehttp://www.facebook.com/pages/Alcones-Publicidad-Dise%C3%B1o-Y-Maquetaci%C3%B3n/279889558741051

No hay comentarios: