4 - TORRELLANO URBANO



TORRELLANO  EN  IMÁGENES

Torrellano urbano

Historia de un núcleo con memoria viva

Capítulo 1. Un nombre que esconde secretos

Antes de que Torrellano fuera el núcleo urbano que conocemos hoy, existía una gran propiedad llamada Lo i More. Su nombre es un misterio. ¿Qué significa realmente?

En valenciano, “Lo” puede traducirse como “pertenece a” o “es de”. Así que podríamos aventurar que Lo i More quizá hacía referencia a Els Mora, els Mores o incluso als Moros. ¿Fue una finca de moriscos antes de su expulsión en el siglo XVII? Es posible… pero no hay documentos que lo confirmen.

Lo cierto es que los últimos moriscos abandonaron estas tierras hacia 1600, y la documentación escrita fiable sobre esta finca aparece un siglo más tarde. Lo demás son relatos que se han transmitido de boca en boca, leyendas que sobreviven aunque no sepamos si son verdad o no.

Capítulo 2. Loma Llana de Las Manolas: las raíces del casco urbano

Lo que sí podemos afirmar con certeza es que parte del actual casco urbano se asienta sobre lo que un día fue una gran finca llamada Loma Llana de Las Manolas.

En 1892, sus límites eran claros:

  • Al norte, la carretera del Alto de las Atalayas hacia Murcia. De hecho, para construir esa carretera, los dueños cedieron tierras a cambio de que se instalaran sifones que recogieran las aguas de escorrentía, de las cuales la finca tenía derechos.
  • Al oeste, lindaba con las tierras de los herederos de Francisco Agulló.
  • Al sur, con los herederos de José Segarra Tarí.
  • Al este, con tierras de Francisco Brotóns y, de nuevo, herederos de Segarra Tarí y Tomas Agulló Gómez.

Con el tiempo, los nietos de Tomás Agulló Gómez vendieron parte de la finca a Juan Bushell, y en una escritura pública de 1936 aparece ya María Bushell Monguillot como propietaria de la casa conocida como el 93 y de tierras colindantes. Curiosamente, la parada del histórico Tren Chicharra en Torrellano se llamaba… Las Manolas.

¿Casualidad? Probablemente no. Todo apunta a que ahí estaba el corazón de aquella finca que dio forma al embrión del núcleo actual.


Solicitud, de F. Albricias, pastor protestante - 27/03/1906 -  Archivo Hist. Elche

Capítulo 3. Un territorio vigilado y peligroso

Pero antes de que existieran fincas prósperas, Torrellano era un lugar de paso… y de peligro. El camino real, que atravesaba esta zona, era un punto estratégico pero también perfecto para emboscadas y asaltos.

De hecho, hay registros de que en 1321 las autoridades designaron un vigilante específico para custodiar la seguridad del camino. Su nombre era Pere Falet, y podríamos decir que fue el primer “guardia municipal” de Torrellano, como reveló la investigación del historiador Juan Francisco Mollá Agulló.

Hasta 1700, apenas había en la zona unas diez o doce grandes haciendas, sin identidad de partido ni núcleo poblacional definido. Fue solo cuando la seguridad aumentó y la economía agrícola empezó a prosperar, que el territorio comenzó a poblarse lentamente.

Capítulo 4. El tren que cambió la historia

El verdadero punto de inflexión llegó a finales del siglo XIX. En 1884 se inauguró la línea del ferrocarril que unía Alicante y Murcia. Fue el detonante que impulsó a Torrellano hacia el crecimiento.

La región vivía un momento de auge: la industria del cáñamo florecía, la fabricación de alpargatas era pujante y, en la vecina ciudad de Elche, comenzaba tímidamente la industria del calzado.

Ese dinamismo económico atrajo comerciantes, industriales, jornaleros y familias enteras que se instalaron en la zona, buscando oportunidades entre las dos grandes ciudades que la rodeaban: Alicante y Elche.

Capítulo 5. De tierras de cultivo a núcleo urbano

El puerto de Alicante, muy activo en esa época, y el constante flujo de mercancías y personas consolidaron Torrellano como un enclave estratégico. Pero fue otro hito el que terminó de darle su carácter urbano: la construcción del Aeropuerto de Alicante en los años 60.

Parte de sus pistas se asentaron en terrenos de Torrellano, y muchas familias locales vieron expropiadas sus tierras agrícolas. Aquello cambió para siempre el destino del lugar: muchos antiguos campesinos se trasladaron al casco urbano, que empezó a crecer rápidamente.

Hoy, Torrellano es el núcleo urbano más poblado del Camp d’Elx, y aunque modernizado, todavía guarda huellas de esa historia de caminos peligrosos, fincas olvidadas y transformaciones económicas.


Francisco Albricias Bacas - Pastor y Pedagogo Iglesia Evangelista *1856+1934

Memorias de Fe y Educación en Torrellano y Alicante

Capítulo 1 – El pastor que quiso dejar huella en Torrellano

En 1906, un hombre llamado Francisco Albricias Bacas, pastor protestante, llegó con la intención de abrir un pequeño local de culto evangélico junto a la Posada Nueva, en la casa sin número de Eduardo Hernández. Sin embargo, su iniciativa no tuvo demasiado éxito. Hoy, apenas nadie recuerda que un día intentó quedarse entre nosotros.

Pero, ¿quién era Francisco Albricias?

Nació en Rubí en 1856, en una familia humilde. Fue adoptado por sus padrinos y, a los 14 años, entró en contacto con la Iglesia Evangélica. Con apenas 19 años partió a Suiza para estudiar teología y pedagogía. Allí comenzó un camino que lo llevaría a enfrentarse a muchas resistencias, pero también a dejar un legado educativo que perduró.

En el próximo capítulo: su juventud rebelde, el amor de su vida y el primer juicio que cambió su destino.

Capítulo 2 – Un rebelde ante el dogma

Recién llegado de Suiza, Francisco se hizo cargo de pequeños grupos protestantes en Monistrol de Montserrat y San Vicent de Castellét. Fue allí donde conoció a Julia Goetz Maurer, una mujer alsaciana, culta y políglota (dominaba francés, alemán, castellano y catalán), que se convirtió en su esposa y compañera de vida.

Pero no todo era paz. Según cuenta Pablo García Rubio en La Iglesia Evangélica Española (1994), un día en Rubí pasó el viático por la puerta de su casa. Mientras todos se arrodillaban, Francisco se quedó de pie con la gorra puesta. El cura, enfurecido, se acercó, le tiró la gorra al suelo, lo insultó… y lo denunció.

Así, en 1886, fue juzgado por escarnio al dogma de la Iglesia estatal. Aunque su abogado alegó que estaba dentro de su casa y no en la vía pública, fue condenado a multa y destierro.

En el próximo capítulo: desterrado y en busca de un clima más benigno, Francisco se traslada a Madrid… pero terminará en Alicante.


Desfile Humorístico Torrellano - Guiris de Vacaciones en España

Capítulo 3 – Alicante, la tierra prometida

Desterrado de su pueblo y en busca de un mejor clima para su esposa, Francisco y Julia se instalaron primero en Madrid, colaborando con la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera. Pero las desavenencias con su director y la salud de Julia los llevaron a buscar nuevos horizontes.

En 1891 llegaron a Alicante, al barrio de Benalúa. Allí nacerían sus dos hijos, Franklin y Lincoln, y allí Francisco daría rienda suelta a su vocación educativa.

Primero enseñaba en su propia casa, pero en 1897 alquiló un local en la calle Labradores nº 6 y fundó la Escuela Modelo. Su método innovador pronto atrajo a muchos alumnos, tanto que en pocos años inició la construcción de un edificio propio en la calle Calderón de la Barca.

Aunque se quedó sin liquidez y tuvo que dar clases en barracones de madera y palma mientras terminaba las obras, en 1920 logró inaugurar la nueva Escuela Modelo, un proyecto pionero en educación y abierto también a clases nocturnas gratuitas para trabajadores.

En el próximo capítulo: cómo su éxito educativo despertó la competencia de las órdenes católicas… y el debate por el nombre de su escuela.


Desfile Humorístico Torrellano - El Hombre Bala

Capítulo 4 – La polémica de la Escuela Modelo

El éxito de la Escuela Modelo en Alicante alertó a los colegios católicos, que hasta entonces no habían sentido la necesidad de competir. Pronto llegaron agustinos, maristas, salesianos, franciscanos, jesuitas y otros. Y no solo eso: empezaron a criticar el nombre mismo del colegio.

¿Por qué no se llamaba “Escuela Evangélica”? Francisco explicó en un semanario alicantino que la interpretación conservadora del artículo 11 de la Constitución Española no permitía hacerlo. Solo tras la llegada al poder de José Canalejas, quien amplió la tolerancia religiosa, pudieron anunciar abiertamente sus centros como evangélicos.

En el próximo capítulo: sus hijos Franklin y Lincoln continúan el legado… pero la Guerra Civil cambia sus destinos.


Desfile Humorístico Torrellano - Invitados Boda Real Inglesa.

Capítulo 5 – Franklin, el hijo maestro y político

Franklin Albricias nació en Alicante en 1892. Estudió en Neuchâtel, Suiza, y se convirtió en profesor en Albacete, ciudad que incluso le dedicó una calle. Fundó el Club Deportivo Albacete, precursor del actual Albacete Balompié, y fue árbitro de fútbol.

En 1929 regresó a Alicante para sustituir a su padre, ya enfermo. Francisco se retiró a Barcelona, donde falleció en 1934. Franklin no solo fue maestro y pastor, también entró en política: llegó a ser concejal del Ayuntamiento de Alicante y presidente de la Diputación Provincial.

Pero en 1937, en plena Guerra Civil, se exilió en Argel y luego en Suiza, donde murió en 1972. Aún hoy se reclama que su nombre figure en una calle de Alicante.

En el próximo capítulo: el legado social de la Iglesia Evangélica en Alicante y su indemnización simbólica en 1962.


Carnet de Socio Barraca Qui no Plora no Mama Anagrama portada primer año.

Capítulo 6 – La fe que sobrevivió y la historia de la ermita perdida

La Iglesia Evangélica de Alicante llegó a ser una de las más importantes de España, solo por detrás de Madrid y Barcelona. Cumplió una importante labor social con la Escuela Modelo, pero en 1962 fue indemnizada por las autoridades franquistas con apenas tres millones de pesetas.

Mientras tanto, en Torrellano, hacia 1930 se construyó una pequeña ermita dedicada a la Inmaculada Concepción, patrona del pueblo y de España desde 1760. Era una iglesia sencilla pero acogedora, situada en lo que hoy es la calle Río Segura.

Yo mismo fui bautizado allí en 1955. Sin embargo, fue derribada en los años 70 para construir una iglesia más grande. En 1958 se colocó la primera piedra de la nueva parroquia, que se inauguró en 1968 con el santo San José Artesano.

Cierre de la serie: un viaje por la memoria, los recuerdos que no deberían perderse y la importancia de preservar la historia local.

Con la llegada del siglo XX, mientras hombres como Francisco Albricias y su familia luchaban por abrir caminos en la educación, la tolerancia religiosa y la modernización social, Torrellano seguía siendo un pequeño núcleo rural que, aunque recibía de lejos el eco de esos cambios, permanecía anclado a sus tradiciones más sencillas. La vida en la pedanía transcurría tranquila, marcada por el ritmo de la agricultura, las fiestas patronales y la convivencia entre vecinos.

Sin embargo, igual que Albricias había desafiado las costumbres establecidas en Alicante con su Escuela Modelo, también en Torrellano, décadas después, surgiría un movimiento que transformaría la manera de vivir las fiestas. Si el pastor protestante había traído consigo ideas nuevas que chocaban con la rigidez del sistema religioso dominante, aquí serían los propios jóvenes del pueblo quienes, cansados de la monotonía, plantarían la semilla de un cambio.

Porque Torrellano, aunque pequeño, siempre ha tenido algo de inconformista. Y así como en 1906 Albricias intentó –sin mucho éxito– dejar su huella en este lugar, en los años 70 un nuevo grupo de vecinos sí lograría alterar el curso de la tradición, reinventando las celebraciones y dotándolas de un espíritu distinto, más libre, más popular… y, sobre todo, más suyo.

Con esto Torrellano ya tiene patrona y patrón –el patrón, un poco olvidado, por cierto– y la Purísima compañía.


Pero, como veremos, también tiene unas fiestas que terminaron siendo únicas…

Con esto, Torrellano ya tiene patrona y patrón –la Inmaculada Concepción y San José Artesano–, aunque es cierto que el patrón siempre quedó un poco en el olvido. La Purísima, como en tantos lugares de España, seguía siendo la referencia espiritual, pero el pueblo empezaba a mirar las fiestas de otra manera.

Porque, aunque se celebraban con devoción, no dejaban de ser fiestas sencillas, casi previsibles: la ofrenda floral, el pasacalles, la verbena popular, las cucañas para los niños, los puestos de “torrats” y caramelos, las tradicionales carreras de cintas, la procesión solemne y, como colofón, un modesto castillo de fuegos artificiales.

Pero llegó un momento, allá por la década de 1970, en que aquello empezó a quedarse corto. España salía lentamente de una larga dictadura, la juventud empezaba a pedir más libertad y en Torrellano, como en muchos rincones del país, las nuevas generaciones querían algo distinto. Querían más música, más color, más diversión… y, sobre todo, algo que sintieran suyo.

Fue entonces cuando un grupo de jóvenes del pueblo –José Vicente Pastor Ramírez, Florentino Pérez Durá, Francisco Esclapez Campillo y el presidente de la Comisión de Fiestas, José Esclapez Campillo– decidieron dar un paso adelante. ¿Por qué no transformar las fiestas del patrón, San José Artesano, en algo mucho más animado?

Así nacieron las barracas, esos recintos privados pero abiertos a la amistad, donde cada grupo de amigos podía reunirse, poner su propia música, comer, beber y bailar durante los cuatro días grandes de las fiestas. Aquello dio un nuevo aire a Torrellano. Ya no era solo la verbena popular con una única orquesta y el mismo repertorio para todos; ahora había varios ambientes, distintos estilos musicales y un espíritu de convivencia que atraía incluso a gente de las pedanías vecinas y de las ciudades de Elche y Alicante.

Pero no se quedaron ahí. Otro invento que marcaría un antes y un después fue el primer desfile humorístico, o como a muchos les gusta llamarlo, “la charanga”. Aunque, para ser precisos, en Torrellano siempre se dijo que lo suyo no era una simple charanga como en otros sitios, sino algo diferente, único, con más ingenio y más sátira.

Porque este desfile humorístico nació con un espíritu claro: reírse de todo y de todos, pero con inteligencia. Cada calle, cada barraca, cada grupo de amigos o asociación elegía un tema común y se disfrazaba representando personajes que parodiaban la actualidad política, social o cultural, tanto del país como del extranjero. Era, y sigue siendo, una crítica en clave cómica, una sátira popular que invita a reflexionar mientras arranca carcajadas.

Lo mejor es que en este desfile nadie se quedaba fuera: todo el mundo podía participar, desde los más pequeños hasta los mayores, de forma individual o colectiva. Y para ver el éxito que tenía, solo hacía falta acercarse a la Avenida de Segarra, donde se reunían cientos de vecinos y visitantes para ver pasar a los desfilantes entre risas y aplausos.

Los pioneros en organizar estas barracas y desfiles fueron jóvenes llenos de ilusión, y los nombres de aquellas primeras agrupaciones todavía resuenan en la memoria colectiva: “Qui no plora no mama” fue una de las más sonadas.

Incluso la portada de las fiestas, durante los dos primeros años, se encargó a un artista que entonces empezaba su carrera como constructor de Hogueras: José Muñoz Fructuoso, que más tarde sería reconocido en el mundo fallero. Aquella portada se plantaba el primer día y, como colofón, se quemaba la última noche de fiestas, cerrando así los cinco días de jolgorio.

Claro que, como siempre, el presupuesto era limitado. Hay que recordar que ninguno de aquellos jóvenes pasaba de los veinticuatro años y todo se hacía con recursos modestos. Así que, en una asamblea, se decidió por mayoría que se dejaría de quemar la portada. Lo poco que había, mejor destinarlo directamente a la fiesta –y sí, creo que me entendéis perfectamente–. Fue una pena, pero una muestra de que la creatividad popular siempre lucha contra el mismo enemigo: el dinero.

Y así, con barracas, desfiles y mucha imaginación, Torrellano encontró una nueva manera de celebrar, unas fiestas laicas, irreverentes y abiertas, que convivían con la tradición religiosa pero que, de algún modo, representaban el espíritu de libertad de una época de cambio.


Escudo de la  Comisión de Fiestas Torrellano - Diseño de: José Muñoz Fructuoso, 1974

El nacimiento de las barracas y su legado

De aquellas primeras reuniones de jóvenes, en las que se soñaba con unas fiestas distintas, nació no solo el desfile humorístico, sino también el germen de las primeras barracas. Y, como en todo lo que empieza, hubo pioneros con nombre y apellido.

La más célebre de todas, la que abrió camino, fue “Qui no plora no mama”. Sus primeros presidentes fueron José Vicente Pastor Ramírez, conocido como El Fotógrafo; Francisco Brotons Bonet; Pablo Sempere Bonet, Barriguera; y Pedro García Martínez, El Pelu. Pero, como en toda historia festera, también hubo un ingenioso padrino para el nombre. Fue cosa de Antonio Martínez García, “El Súper”.

Dicen que la escena fue digna de una película: estaban reunidos en el local de Paquito Cabaset, dándole vueltas una y otra vez a cómo bautizar aquella barraca. La reunión se alargaba demasiado, nadie encontraba el nombre perfecto. Y, de pronto, apareció El Súper, con puntualidad de dandy inglés, a lomos de su inseparable Torrot. Entró, soltó su propuesta… y en apenas cinco minutos quedó aprobada por mayoría absoluta. Así, con la chispa de un instante, “Qui no plora no mama” quedó grabado en la memoria de Torrellano.

De forma similar surgieron otras. Poco después nació “De tot un poc”, presidida desde su fundación hasta su prematuro fallecimiento por Florentino Pérez Durá, el inolvidable Florentino, que dejó una huella imborrable en el espíritu festero del pueblo.

Al año siguiente se fundó otra que también marcaría época: “Los Intocables”, cuyo primer presidente fue Francisco Esclapés Campillo, conocido como Paco El Joya. Esta barraca, a diferencia de otras que desaparecieron con los años, ha perdurado casi cuatro décadas, manteniéndose fiel a su filosofía inicial. Y es que, cuando algunas barracas se extinguían, sus socios pasaban a engrosar las filas de Los Intocables, que siguen al pie del cañón y son, en cierto modo, la memoria viva de aquellas primeras fiestas.

Con ellas nació un auténtico embrión festero que fue creciendo y multiplicándose. Poco a poco, ese espíritu se transmitió de generación en generación: los niños participaban desde pequeños, y cuando crecían, fundaban sus propias barracas, donde podían escuchar y bailar la música que les gustaba. De esa semilla surgieron dignas sucesoras como “Yeperos”, “Zoco”, “Paneroles”, “Cocina del Infierno”, “La Reconquista” o “Lo Imore”. Cada una con su personalidad, pero todas con un mismo fin: darle vida y color a Torrellano.

Y no podemos olvidar las calles que siempre fueron auténticos focos de fiesta. La calle Río Segura, antaño conocida como Carrer La Font porque allí había una fuente que abastecía a los vecinos, fue una de las más implicadas. No es casualidad: la antigua iglesia de la Purísima Concepción estaba en un solar en mitad de esta calle, y durante años, la verbena popular se celebraba justo delante. Allí vivían familias profundamente ligadas a la historia del pueblo, como la de Juanita Alberola, hija de Juan Alberola, El Caragol, que fue el primer practicante de Torrellano –lo que hoy llamaríamos ATS–. Juanita, además, abrió la primera zapatería del pueblo y siempre fue una gran impulsora de las fiestas.

Tampoco se pueden olvidar otras calles como San José Artesano, Rosa de los Vientos (sobre todo su tramo final, el llamado Grupo La Nueva Esperanza), Río Júcar o Astronautas, donde vivía Fina Peral Jaén, “La Perala”, siempre dispuesta a ayudar en lo que hiciera falta para que las fiestas salieran adelante.

Pero claro, no todo era alegría y música. Había un enemigo recurrente que año tras año ponía a prueba la paciencia de los festeros: la lluvia. Porque, aunque parezca mentira, raro era el 1 de mayo que no lloviera. Y claro, toda la ilusión y el trabajo de un año entero se veían truncado por un chaparrón.

Cansados de soportar este infortunio meteorológico, algunos vecinos, junto con los presidentes de barracas, la Comisión de Fiestas y el alcalde pedáneo, decidieron en 1979 dar un giro valiente. Se trasladarían las fiestas al último domingo de julio, buscando un clima más amable. Eso sí, el cambio no estuvo exento de polémica: todavía había muchas reservas en el sector eclesiástico. No olvidemos que España acababa de salir de una dictadura de 40 años y no era fácil romper con ciertas tradiciones.

Aquel primer año de traslado, en julio de 1979, se mantuvo todavía el vínculo religioso: se sacó a San José Artesano en procesión, como si fuera 1 de mayo. Y, para colmo, también llovió algún día. Pero, a partir de los años siguientes, la cosa fue tomando forma. La llamada Fiesta de Verano quedó totalmente desligada de los actos litúrgicos.

Ya no hubo procesiones ni ofrendas. Era, por fin, una verdadera fiesta laica, hecha por y para el pueblo, donde la única religión era la convivencia, la alegría y el deseo de pasarlo bien.


Equipo de Fútbito Foto Cine José: de izd. a der. Ernesto, J. Martínez, Emilio Barrajón, José M. Sansano, Pepito Poveda
Raúl Sempere, Miguel G. Hita, Urbán, Ángel Barrajón - Fotos de Imágenes antiguas de Torrellano,
cedidas por 
Mº del Carmen Jerez Gaona.






















La consolidación de la fiesta de verano

Aquella Fiesta de Verano, nacida con tanto ímpetu y con la valentía de desligarse de lo litúrgico, no tardó en coger fuerza propia. No se trataba solo de cambiar de fecha, sino de crear nuevos actos y dar más vida al pueblo.

Desde los primeros años, las fiestas empezaron a organizar actividades que iban más allá de la música y las barracas. Uno de los grandes atractivos fue el torneo de fútbito, donde las propias barracas competían entre sí. Fue un éxito inmediato: las tardes se llenaban de risas, rivalidades sanas y mucha pasión. Con el tiempo, el torneo fue creciendo y pasó a ser patrocinado por empresas locales, que aportaban recursos y trofeos para darle más nivel.

Entre los nombres que dejaron huella en este torneo destaca José Vicente Pastor Ramírez, con su negocio Foto Cine José, que apostó decididamente por apoyar estas competiciones. También el Disco Bar Eclipse, propiedad de José Izquierdo y Antonio Villalba Pomares, El Negro; Muebles Torrellano, de Tomás Cánovas Vidal, siempre implicado en cualquier celebración popular; y cómo no, Francisco Esclapéz Campillo, de Joyería Capri, el inolvidable Paco. Él lo fue todo: presidente de barraca, presidente de la Comisión de Fiestas, organizador de eventos, donante de trofeos… un hombre que siempre decía “sí” cuando se trataba de levantar la fiesta.

Pero no solo el fútbito brilló. La semilla festera también sirvió como impulso para otras iniciativas que hoy son auténticos referentes deportivos y culturales. Un ejemplo claro es el Torneo Internacional de Balonmano, más conocido como la Torrellano Cup Internacional, que comenzó en 1987. Gracias al empuje de Jerónimo Cartagena, prestigioso entrenador de balonmano del equipo local, y a la ayuda desinteresada de muchos vecinos, este torneo creció hasta convertirse en un evento increíble para una pedanía tan pequeña. Cada año, equipos de diferentes lugares llegaban a Torrellano, llenando sus calles de deporte, convivencia y ambiente internacional.

Y si hablamos de ingenio, tampoco podemos olvidar a los jóvenes que, desde 2005, organizan Torrellano Patina. Con muchísima imaginación y muy poco presupuesto, consiguen reunir a decenas de patinadores y curiosos, llenando el pueblo de color y movimiento en un espectáculo que deja a todos con la boca abierta.

Todo esto demuestra que en Torrellano la fiesta no es solo un día, ni una fecha, sino un espíritu. De hecho, si miramos el calendario, nos damos cuenta de que no hay mes sin celebración. Tenemos el 8 de diciembre, la Purísima; el 1 de mayo, San José Artesano; el 29 de junio, Sant Pere, que se celebra junto a la ermita, en un recinto cerrado alrededor de ella; y, cómo no, el último domingo de julio, la ya consolidada Fiesta de Verano, que no tiene fecha fija pero que todo el mundo espera. Y, por si fuera poco, cada cierto tiempo toca el 15 de mayo, San Isidro Labrador, el santo itinerante del campo de Elche, que va peregrinando de parroquia en parroquia.

Como solemos decir en tono de broma: “¡De fiestas vamos sobraos!”

Pero Torrellano no solo respiraba fiesta. También respiraba música. Porque en 1969, mucho antes de que las barracas tuvieran equipos de sonido potentes, un grupo de jóvenes con ilusión formó un conjunto musical, como se decía entonces. Se llamaron Los Crédulos, y sus componentes fueron Luis Moreno, Magú (batería y voz), Antonio Martínez, El Súper (trompeta), Pepito Poveda, Bartolo (bajo), Antonio Poveda, Ñin (guitarra solista), y Vicente Gadea, El Nene (guitarra rítmica).

Su debut fue en las fiestas de la Purísima, en el Casino de Torrellano. Aquella noche, el pueblo vibró con la emoción de ver a sus propios vecinos convertidos en estrellas. Lamentablemente, la falta de un mánager y los problemas logísticos truncaron la aventura. Fue una lástima, porque tenían talento para haber llegado lejos. Pero, aunque duraron poco, dejaron su huella: fueron los primeros en demostrar que Torrellano podía tener su propia música, su propio sonido.

Así, entre barracas, torneos, desfiles humorísticos, deporte, música y sobre todo mucha ilusión, la Fiesta de Verano se consolidó como algo único. No era solo una celebración: era un reflejo de la identidad de un pueblo pequeño pero lleno de vida.


Jovenes de Torrellano - Con San Isidro Labrador - Finales de años 60

Capítulo especial

Los personajes que hicieron grande la fiesta

Toda fiesta tiene un origen, pero sobre todo, tiene nombres y apellidos. Sin esas personas que pusieron su tiempo, su ingenio y, muchas veces, su propio bolsillo, la historia de Torrellano no sería la misma. Aquí recordamos a algunos de esos personajes irrepetibles, con sus anécdotas y su huella en el pueblo.

Antonio Martínez García, “El Súper”

Si hablamos de ingenio y rapidez mental, El Súper merece un lugar de honor. Fue él quien, una tarde cualquiera, mientras las reuniones se alargaban sin encontrar un nombre para la barraca, soltó la ocurrencia que cambió la historia: “¿Y si la llamamos ‘Qui no plora no mama’?”.

Todos se miraron, y en cinco minutos… ¡aprobado por mayoría absoluta!

El Súper tenía esa habilidad de llegar siempre en el momento justo, como aquella vez que apareció a caballo de su Torrot, con puntualidad de dandy inglés, cuando ya la paciencia de los demás estaba al límite. Y no solo eso: tenía un humor finísimo, capaz de arrancar carcajadas incluso en medio de discusiones serias.

Además, era músico, trompetista del conjunto Los Crédulos, aportando ritmo y alegría a las fiestas. Aunque el grupo duró poco, El Súper dejó claro que la fiesta era tanto para bailar como para reír.

Francisco Esclapéz Campillo, “Paco El Joya”

Si hay alguien que representó la entrega total a la fiesta, ese fue Paco. Conocido como El Joya por su joyería Capri, fue presidente de la barraca, "Los Intocables", fundada al año siguiente. También fue presidente de la Comisión de Fiestas, organizador, patrocinador y colaborador en cualquier iniciativa que se propusiera.

Siempre decía sí. Si había que donar trofeos, Paco los ponía. Si había que llamar a alguien para organizar un acto, Paco iba. Si faltaban manos para cargar, Paco estaba.

Y aunque siempre fue hombre serio en los negocios, en la fiesta se transformaba, demostrando que el corazón festero no entiende de profesiones ni de cargos.

Luis Moreno, “Magú”

Batería y voz del conjunto Los Crédulos, Magú era pura energía. Cuentan que cuando tocaban en el Casino de Torrellano en las fiestas de la Purísima, le pegaba a la batería como si no hubiera mañana, levantando aplausos y ovaciones.

Magú representaba ese espíritu joven y desenfadado que no dejaba que nada se tomara demasiado en serio.

José Vicente Pastor Ramírez, “El Fotógrafo”

Otro personaje imprescindible. José Vicente, además de ser uno de los impulsores de la barraca Qui no plora no mama, fue fotógrafo oficial de tantas fiestas que su archivo es, hoy, parte de la memoria colectiva de Torrellano.

Siempre con su cámara al cuello, captaba no solo los eventos, sino las sonrisas, las anécdotas, los detalles que otros no veían. Además, como empresario con Foto Cine José, patrocinó torneos y actos, demostrando que la fiesta también se hace con generosidad.

Una anécdota suya: durante un torneo de fútbito patrocinado por su negocio, se ofreció a hacer las fotos de los equipos ganadores. Pero acabó sacando tantas que nadie recordaba quién había ganado, pero todos tenían una foto divertida de recuerdo.

Florentino Pérez Durá, “Florentino”

Presidente y alma de la barraca De tot un poc, Florentino era querido por todos. Su temprana muerte dejó un vacío enorme, pero su recuerdo sigue vivo en cada fiesta.

Era el tipo de persona que se desvivía por la organización, pero siempre con una sonrisa. Si algo fallaba, Florentino lo arreglaba. Si alguien se quedaba sin entrada para la verbena, él encontraba la forma de que entrara.

Jerónimo Cartagena

Aunque más ligado al deporte que a la barraca, Jerónimo fue pieza clave en dar prestigio a Torrellano con el Torneo Internacional de Balonmano. Entrenador reconocido, logró lo que parecía imposible: que un pueblo pequeño organizara un evento internacional.

Su anécdota más recordada es que, para convencer a los primeros equipos de fuera de la provincia, iba personalmente a visitarlos y les prometía alojamiento, comida… y una fiesta inolvidable. Y cumplía.

Y TANTOS OTROS…

Porque detrás de cada barraca, cada desfile y cada torneo, hubo decenas de manos anónimas: las madres que preparaban bocadillos para los músicos, los vecinos que prestaban sus patios para guardar materiales, los jóvenes que pasaban noches sin dormir decorando carrozas…

Todos juntos, convirtieron Torrellano en algo más que un pueblo: en una gran familia festera.

El legado que sigue vivo

Hoy, muchos de estos personajes ya no están, pero su legado sigue latiendo en cada Fiesta de Verano, en cada desfile humorístico, en cada torneo deportivo y en cada risa compartida. Porque como decía El Súper:

“Una fiesta no es grande por lo que se gasta, sino por lo que se comparte

Grupo Crédulos Torrellano 1969 - Luis Moreno, Antonio Poveda - Vicente Gadea -  Pepito Poveda

Capítulo especial (sigue)

La música que marcó las fiestas de Torrellano

Si algo da vida a una fiesta, más allá de las luces y los desfiles, es la música. Y en Torrellano, la música no solo acompañaba: era el alma que movía a la gente. Desde las verbenas populares hasta las barracas con sus propios gustos musicales, el pueblo vibraba con cada acorde.

Pero si hay un nombre que siempre sale en las conversaciones de aquellos años, es el del conjunto que se atrevió a soñar con ser algo más:

Los Crédulos: el comienzo de un sueño musical

Corría 1969 cuando un grupo de jóvenes entusiastas decidió que Torrellano necesitaba algo más que pasodobles y música de verbena. Así nació Los Crédulos, un conjunto que mezclaba frescura, humor y mucha pasión.

Sus componentes eran:

·        Luis Moreno, “Magú”, batería y voz, la energía del grupo.

·        Antonio Martínez, “El Súper”, trompeta, aportando ese toque brillante que los diferenciaba.

·        Pepito Poveda, “Bartolo”, bajo eléctrico, el que marcaba el ritmo.

·        Antonio Poveda, “Ñin”, guitarra solista, el virtuoso del grupo.

·        Vicente Gadea, “El Nene”, guitarra rítmica, el que sostenía la armonía.

Su debut fue en las fiestas de la Purísima, en el Casino de Torrellano, un lugar que para muchos era casi sagrado. Aquella noche, los acordes de Los Crédulos rompieron la rutina. Tocaron versiones de los grandes éxitos del momento, canciones que la gente escuchaba en la radio con eco de fondo, y que de repente sonaban en directo, ahí mismo, en su pueblo.

La gente bailaba como nunca, algunos incrédulos (¡qué apropiado el nombre!) miraban a los músicos como si vinieran de otro planeta. Era algo nuevo, diferente, moderno.

El problema del “manager” y la logística

El entusiasmo era enorme, pero como pasa tantas veces en los pueblos, la logística mató el sueño. No tenían un buen equipo de sonido, los ensayos eran en garajes improvisados, y para ir a tocar a otros sitios hacía falta un transporte que nunca llegaba.

Además, nadie hacía de manager, y sin alguien que organizara contratos y actuaciones, el grupo empezó a deshacerse poco a poco.

Cuentan que una vez los contrataron para tocar en una pedanía cercana, pero al llegar, no había enchufes ni escenario. Tuvieron que improvisar conectando los amplificadores en la casa de un vecino y tocando sobre unos tablones mal puestos. Aun así, ¡la gente acabó bailando!

Aunque su vida fue corta, Los Crédulos dejaron una huella imborrable. Muchos aseguran que, si hubieran tenido apoyo, habrían llegado lejos, porque talento y carisma les sobraba.

La música en las barracas: cada una con su estilo

Después de Los Crédulos, la música siguió evolucionando en las fiestas. Cada barraca tenía su propia identidad sonora.

·        Qui no plora no mama ponía desde Los Bravos hasta canciones italianas que traía algún vecino que había emigrado.

·        Los Intocables se inclinaban por los clásicos españoles, de Nino Bravo a Fórmula V, para que todo el mundo pudiera cantar.

·        De Tot un Poc era más ecléctica: un poco de rock, un poco de flamenco, un poco de todo, como su nombre indicaba.

Con el tiempo, algunos empezaron a traer tocadiscos, radiocasetes y hasta los primeros equipos de sonido, y las noches de fiesta se llenaban de melodías que iban desde el pasodoble hasta el rock más atrevido de la época.

La llegada de los DJs y las verbenas modernas

Ya en los años 80 y 90, la música de las fiestas cambió de rumbo. Llegaron los DJs, con sus maletas llenas de vinilos primero, y después con CDs. Se empezó a escuchar música disco, pop internacional, y cómo no, las inevitables canciones del verano que sonaban una y otra vez hasta quedar grabadas en la memoria colectiva.

Pero siempre, entre canción y canción, alguien recordaba con nostalgia:

“Esto con Los Crédulos tenía más gracia…”

Más grupos locales y espontáneos

No solo fueron Los Crédulos. De vez en cuando aparecían otros grupos espontáneos, hechos casi siempre para una actuación puntual en las fiestas.

·        Hubo un trío de guitarras que solo tocaba en el bar de Paquito “Cabaset”.

·        Unos vecinos de la calle Río Segura improvisaron un coro para el desfile humorístico.

·        Incluso se habló de organizar una “charanga” propia de Torrellano, pero al final quedó en un intento.

Aunque no todos llegaron a formalizarse como grupo, cada uno aportaba su granito de arena musical.

La música como memoria colectiva

Hoy, cuando suenan las canciones de aquella época, los recuerdos vuelven como un vendaval. La gente mayor sonríe recordando los bailes en el Casino, las verbenas interminables, las barracas llenas de vida.

Porque más allá de los nombres y los estilos, la música en Torrellano fue siempre un punto de encuentro, una excusa para reír, bailar y compartir.

 Epílogo. Torrellano, un lugar que sigue contando historias

Cuando caminamos por las calles de Torrellano, pocas veces pensamos que, bajo el asfalto, aún descansan las memorias de fincas como Lo i More o Las Manolas, de guardias medievales que vigilaban caminos, de trenes que marcaron una época o de campesinos que cambiaron su vida cuando llegó el aeropuerto.

Torrellano es, en realidad, un puzzle histórico donde cada pieza ha dejado su huella: desde los moriscos hasta los jornaleros del cáñamo, desde los vigilantes del Portichuelo hasta las familias que cambiaron el campo por la ciudad.















                                                                                                  
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